Algunos libros piden ser admirados. Este pide ser útil. El año que aprendí a vivir Es una autobiografía lúcida y sincera sobre la enfermedad, la familia y la silenciosa reconfiguración de una vida que antes se basaba en plazos y resultados. El autor, Miguel, no suaviza las partes difíciles; las aborda y muestra cómo el amor, el humor y la tenaz esperanza pueden coexistir con los goteos de quimioterapia y los nervios del día de la ecografía. Se lee rápido porque se siente real.
Lo que más me conmovió fue cómo una lucha personal se convierte en servicio público. Mientras Miguel traza la complicada etapa intermedia del tratamiento, recurre una y otra vez a quienes lo rodean —cuidadores, enfermeras, pacientes— y a maneras prácticas de aliviar la carga de los demás. Estas memorias no son filantropía performativa; son un modelo de compasión que impulsa a los lectores a la acción: organizar viajes, comprobar misterios del seguro, cubrir un copago o simplemente ser la presencia constante que se queda para la larga conversación.

“No es un manual de soluciones rápidas; es la voz de un compañero: preguntas amables, reflexiones tranquilas y la comprensión que solo la experiencia vivida puede ofrecer”.
¿Por qué querrás comprarlo?
- Honesto y esperanzador: Nunca endulza la historia, pero de alguna manera te deja más valiente que cuando lo abriste.
- Una guía de campo para ayudantes: Encontrará las preguntas, los pequeños rituales y la sabiduría de los pasillos del hospital que marcan una diferencia en el mundo real.
- Caridad con dientes: El libro canaliza la empatía hacia un apoyo tangible: actos que puedes iniciar hoy, no algún día.
- Enraizada en Pura vida: Hay calidez, humor y esa insistencia costarricense de apoyarse mutuamente, especialmente cuando es más difícil.
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Barra lateral del editor: Lo conocí en el pasillo
Por John, editor jefe de Howler Magazine
Estaba en el Hospital Clínica Bíblica recibiendo tratamiento cuando vi a Miguel por primera vez. Caminaba por el pasillo siempre con alguien a su lado: familia, un amigo, una enfermera que se quedaba un minuto más. Le hice muchísimas preguntas sobre la quimioterapia; las respondió todas con paciencia y constancia.
Meses después, regresé al hospital. Un hombre entró en mi habitación y me saludó. Lo miré con la mirada perdida. Sonrió y me preguntó: "¿Te acuerdas de mí?". No me acordé, hasta que me lo dijo. Era Miguel. La transformación me dejó atónita: un rostro definido, casi todo su cabello de vuelta, la misma sonrisa cálida, solo que más brillante. Ese momento fue gracias a la actitud, a los médicos expertos y a las maravillosas enfermeras y al personal de la Clínica Bíblica, que tratan la dignidad como parte de la medicina. Estoy en mi propio camino hacia la recuperación, con una gratitud indescriptible. Y estoy agradecida por este libro. Merece ser leído, compartido y utilizado para ayudar a alguien más en su etapa más difícil.







